Una obra, el lobizón y un dato curioso argentino

Al contarles a unxs amigxs que había visto una obra pensada y dirigida por Toto Castiñeiras, artista de Cirque du Soleil, el común denominador fue responder «Debe tener una puesta en escena impresionante». Y mi respuesta siempre fue la misma. Se las cuento:

Sí, la puesta de Voraz y melancólico es impresionante, pero no por los recursos escenográficos per sé sino por el despliegue de lxs actorxs que nutren a la historia de colores y hacen que nunca deje de estar en movimiento.

La sinopsis de la obra dice:

Voraz y melancólico es la historia de una posible historia de amor. Un amor que trae consigo un apetito que pareciera no saciarse con nada. Es una historia de amor trunca, que de tan trunca podríamos sospechar, no es tal, no existe.

La rubia y el lobo son el vehículo para que puedan convivir el amor materno, las festividades telúricas, la violencia inconducente, la mentira, la sensualidad, la alopatía como excusa para amansar a quien no quiere ser manso, junto con lo colérico, lo infantil y lo inocente, lo procaz y lo salvaje, lo puro y lo impuro. Todo esto en medio de juegos de peña y de kermese.

Sinopsis de Voraz y melancólico.

La leyenda del lobizón ya es parte de la historia de nuestros pueblos. Sin ir más lejos, en Argentina de 1973, el presidente Juan Domingo Perón institucionalizó la historia por medio del decreto 848, que decía que al séptimo hijo el presidente le salía de padrino —en la actualización de 1974 también incluye a las mujeres—. Entre los requisitos para pedir el padrinazgo presidencial estaba:

«(…) Tener siete hijos varones o siete hijas mujeres, todos vivos a la fecha del bautismo del séptimo, sin que sea impedimento que, intercalado entre los siete varones, haya nacido algún otro ser del sexo femenino, o entre las mujeres, alguno del sexo masculino».

Decreto N° 848/1974, Padrinazgo Presidencial. Ver norma completa

¿Qué me dicen de esto? 👂

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Carla Bleiz

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