¿Qué es un antiguo amor sino eso que nos remite a un recorte de nosotrxs y esa construcción imaginaria de aquel vínculo? ¿Cuánto hay del otre y cuánto creamos? ¿Hay realmente un otre o en realidad es sólo pensarnos en ese escenario y con esos estímulos?
La experiencia Amor de cuarentena propone un vínculo íntimo con un amor lejano, en el que el anhelo y la ausencia son los ejes. Y entonces, ¿qué reemplaza el vacío? El recuerdo, el sonido, la imagen, el dispositivo tecnológico.
Esta experiencia sonora y visual busca acercarse a lo ajeno, a lo que ya no es, a través de mensajes diarios por Whatsapp. El texto es de Santiago Loza, la dirige Guillermo Cacace, y la podemos vivir por medio de Dolores Fonzi, Jorge Marrale, Cecilia Roth, Leonardo Sbaraglia o Camila Sosa Villada.
Lo cierto es que explora la conexión pensada de modo amplio: la conexión es el dispositivo pero también es ese elemento que cada uno construye y solapa en algo -aunque sea muy chiquito- a la idea que tiene el otro de ese mismo elemento. Por eso también hay recuerdo.
Pero, ¿cómo funciona la conformación y perpetuación del recuerdo? ¿Es individual? Según el psicoanalista Vazquez, nuestro inconciente nos vincula con una memoria descripta como «atemporal», esto decir, de vigencia perenne. Y un núcleo duro de organización de recuerdos por su insistencia y consolidación hará, muchas veces, del presente y del futuro un eterno pasado.
En la configuración de la memoria tenemos un sistema conservador de almacenamiento, y uno creativo que facilita diferentes enlaces entre sus componentes.
Pensándolo así, entonces esa conexión que plantea la experiencia Amor de cuarentena no es sólo la del dispositivo ni la de la vivencia: se trata, más que nada, de una lazo de ese presente y futuro con un pasado que nunca termina.
Carla Bleiz