Un producto cultural invita a mezclar normas propias con experiencias que ya tenía la audiencia, y con eso se genera algo que hasta ese momento no estaba en ninguna de las partes. Esa es la magia del arte y lo mágico de sentirse interpelado por él.
Si acordamos con esa premisa, El sueño de los elefantes es un modo de completar en un porcentaje mayor ese espacio vacío que deja el producto cultural para su completud por parte del quién está expectante de lo que va a ocurrir. Desde el primer momento se presenta como una experiencia multisensorial que “no es una obra de teatro ni un recital”. Es decir, el evento da un puntapié y abre rendijas para que cada subjetividad conecte con imágenes y recuerdos propios. A diferencia de otros productos culturales, el hilo narrativo se construye casi en su totalidad desde la subjetividad de quién lo esté experimentando.
En mi vivencia de El sueño de los elefantes decoré los momentos de música, aromas, balbuceos, sonidos que proponía la experiencia con imágenes de los principios de nuestra historia territorial más primitiva, con momentos de mi niñez saltando olas, con objetos que rebotan sin sentido, con mis vacaciones en Perú, con historias inventadas. Lo sorprendente es que seguramente mi momento en El sueño de los elefantes fue eso, y quizás en otro momento sea otro, pero será distinto al que tenga la chica que estaba al lado mío o la persona con la que fui. Todo está por ser imaginado, la incompletud está en su máxima expresión.
Contexto: Domingos 18.30 h y 20.30 h en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131). Conseguí las entradas acá.
Carla Bleiz