Tuve que googlear para saber qué era un dínamo, y me encontré con que se trataba de un aparato generador o transformador de energía. Su estética y funcionalidad son raras y complejas, casi como las relaciones humanas —en general— y en esta obra de teatro en particular. Pero también se asemejan en la capacidad para potenciar la unión de las fracciones para impulsar algo que no existía.
En la distancia idiomática entre las tres mujeres que habitan la casa rodante hay una conexión difícil de soslayar: la necesidad de cada una de poder llevar mejor su tristeza. Por motivos distintos, por circunstancias diversas, ellas se unen en la incomunicación, y en el medio de ese mar de palabras y sonidos, encuentran un sentido absurdo por el cuál llevar adelante su vida.
No es necesario entender lo que la otra dice; sólo hace falta significarlo con los propios caracteres. Convivir con dos personas, con una otredad que ya no es tan otra, definitivamente no es lo más difícil; lo más complejo es la convivencia con la propia angustia. Aquí, en esa búsqueda de salvación, algo de la subjetividad ajena se pone en juego para fundar un nuevo sentido.
Un acierto: La naturalidad de la música en vivo creó un ambiente acorde con cada una de las acciones y emociones de la obra: desde sonidos del pensamiento hasta la construcción de sinopsis temporales.
Un elemento: La casa rodante. El despliegue escenográfico fue aprovechado al máximo por la historia y puesta en escena.
Contexto: Funciones los sábados a las 21 y 23 h, en Timbre 4 (México 3554), Capital Federal, Buenos Aires, Argentina.
Carla Bleiz