Cojudo. Potranca. Redomón. Lobuno. Pangaré. Tobiana. Churrasquear. Piño de ovejas. Esquilar. Corcovear. Borregos. Capones. Señalada. Caballeriza. Oveja merina. Oveja corridale. Embretar. Cuadrilla de esquila. Lupinos. Grosellas. Pialar. Queresa. Chorrillo. Todas esas palabras están en el glosario que te entregan antes de entrar a ver Hijo del campo. Y eso ya te sitúa en un espacio particular: el campo, el sur de Argentina y la época de esquilado de ovejas, en esos meses en los que ya hace calor.
Hijo del campo no sólo guía el camino hacia la actividad rural, sino que se enfoca en los preconceptos y cosmovisiones de distintos grupos sociales del campo. Se enfoca en los vínculos, en las distancias sociales. Y lo acelera ya desde el comienzo con la canción legendaria que dice «son largos los caminos pa´l que va cargado de más».
El personaje desborda esa pesadez de la música. Podemos notarla quienes lo sentimos y empatizamos con cada una de sus frases desafortunadas, tristes, o risueñas. Es verosímil, transparente y creíble a partir de la palabra uno, y eso es súper difícil de lograr en una disciplina artística.
La crueldad con la vida animal rural termina entremezclándose y reconociéndose en la crueldad con la vida humana y con lo que se escapa de las significaciones sociales dominantes preconcebidas. Las crueldades no se diferencian bien, las dos son igual de dolorosas e impunes.
Él es hijo del campo porque ese es su ambiente, pero también porque el campo le dio mucho más que su propio padre: le dio un amor verdadero y profundo.
Carla Bleiz