Todo lo que nadie ve me atrajo desde que supe que pincelaba un vínculo entre madre e hijo, y, con eso, pequeños síntomas de una enfermedad subyacente. Son historias de soledades y amores perdidos que se unen, se buscan, pero también se encapsulan en una sola tristeza de cuatro paredes y una piel que recubre todo el cuerpo encarcelado.
La monotonía del espacio, como quedado en el tiempo, es también la linealidad de sus vidas, de sus búsquedas. Pero me pasó que la profundidad de la temática de la obra me dejó a medias: sentí que algo de la historia se quedó en el escenario y no se impregnó en mí. ¿Les pasó? ¿De qué creen que depende que ocurra eso? Más bien, que nos ocurra como la gran subjetividad que somos.
Carla Bleiz
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