”Odio hablar”, dice el viejo. Y quizás era porque su familia lo cortaba cuando veía que afloraban las angustias por los recuerdos que agarraba fuerte. ¿Qué tenían esos recuerdos? A Polonia, a sus pastillas, a las canciones de su padre, a su madre, la capa de su abuelo, a su esposa. A todos esos hilos que se le fueron deshilachando y nunca supo cómo volverlos a unir.
La fiesta del viejo es una fiesta de lo superfluo y de lo complejo. Recupera la legendaria Rey Lear de Shakespeare y lleva cada extremo al máximo: ahí es donde se encuentra un punto en donde anclar. El recorrido hacia lo transparente se convierte en un valor fundamental.
Carla Bleiz