Fin de año trae consigo la locura incontrolable de querer saldar pendientes que en el comienzo del año siguiente volverán a construirse. Aunque las miserias, bondades y vínculos humanos son parecidos a los de cualquier mes, lo divertido es la gran cantidad de comida con la que se intentan llenar los vacíos de conversaciones, de personas y de planes que no se armaron. Eso sí que está bueno.
Además, se pueden hacer cosas maravillosas como mirar muchos libros y juntar fragmentos a los que les inventamos una relación entre sí. Aquí va mi experiencia sobre ficción de Navidad:
—No te enfades, tío —dijo el sobrino.
—¿Cómo no me voy a enfadar —respondió el tío— Si vivo en un mundo de locos como éste? ¡Felices Pascuas! ¡Y dale con Felices Pascuas! ¿Qué son las Pascuas sino el momento de pagar cuentas atrasadas sin tener dinero; el momento de darte cuenta de que eres un año más viejo y ni una hora más rico; el momento de hacer el balance y comprobar que cada una de las anotaciones de los libros te resulta desfavorable a lo largo de los doce meses del año? Si de mí dependiera, dijo Scrooge con indignación, a todos esos idiotas que van por ahí con el Felices Navidades en la boca habría que cocerlos en su propio pudding y enterrarlos con una estaca de acebo clavada en el corazón. Eso es lo que habría que hacer.
—¡Tío!— imploró el sobrino.
—¡Sobrino!— replicó el tío secamente— Celebra la Navidad a tu modo, que yo la celebraré al mío*.
Ahora, terminada la cena, nos retiramos a la habitación que hay en una parte remota de la casa, y que es el lugar donde mi amiga duerme, en una cama de hierro pintada de rosa chillón, su color preferido, cubierta con una colcha de retazos. En silencio, saboreando los placeres de los conspiradores, sacamos de su secreto escondrijo el monedero de cuentas y derramamos su contenido sobre la colcha. Billetes de un dólar, enrollados como un canuto y verdes como brotes de mayo. Sombrías monedas de cincuenta centavos, tan pesadas que sirven para cerrarle los ojos a un difunto**.
—Todos tenemos que morir, ¿no es eso? Por lo tanto igual da que baje silbando del cielo como que llegue de la tierra. Se vive algún tiempo, pero después hay que morir forzosamente. Siempre ha ocurrido así en este mundo***.
Aquel fenómeno se ha ido acrecentando en pequeñas dosis a lo largo del último año. Es una sensación tan extraña, tan ajena a lo que él es aún, a lo que ha sido hasta ahora, que al principio se asusta. Porque siempre ha mirado con hostilidad, una animadversión casi congénita, a las personas como el hombre en el que está a punto de convertirse****.
Carla Bleiz
*Cuento de Navidad, de Charles Dickens (1843)
**Un recuerdo de Navidad, de Truman Capote (1956)
***Navidades trágicas, de Ágatha Christie (1939)
****Los besos en el pan, de Almudena Grandes (2015)