De una obra de 1800 a hoy, ¿qué hay en el medio? | Después de casa de muñecas

Helmer: Sos mi esposa, pase lo que pase.

Nora: Mirá: tengo entendido que, según la ley, cuando una mujer abandona la casa, como yo ahora, el marido queda exento de obligaciones. De cualquier manera, yo te eximo. No vas a quedar ligado por nada, y yo tampoco. Completa libertad para los dos. Tomá tu anillo. Dame el mío.

Helmer: ¿Esto también?

Nora: Sí. (Helmer se lo da) Bien. Asunto terminado. Tomá las llaves. Las mucamas están al tanto de todo lo que respecta a la casa incluso mejor que yo. Mañana, cuando ya me haya ido, va a venir Cristina a recoger lo que traje de mi casa. Quiero que me lo envíen.

Helmer: ¡Terminó todo! ¿No vas a pensar en mí nunca más?

Nora: Sí, seguro que voy a pensar muchas veces en vos, en los chicos, en la casa.

Casa de muñecas, de Henrik Ibsen (1879).

El clásico de Ibsen Casa de muñecas de 1879 es una condición de producción fundamental pero no excluyente para entender esta transposición a 2019. Desde este punto resulta casi increíble cómo parece comprimirse el tiempo entre una y otra, y la frescura con la que se amolda a las discusiones, expectativas, y motivaciones de nuestro hoy.

Después de casa de muñecas es un imperdible con todas las letras. Cada personaje tiene una magia propia; un matiz tan simple como potente construido en cada frase y gesto.

La obra logra la cercanía idiomática a pesar de su lejanía temporal: el español es antiguo pero a la vez aggiornado a nuestra cotidianeidad, y eso hace que permanezcamos ahí todo el tiempo. ¿Cómo se equilibran las distintas temporalidades? Ese hallazgo es difícil de encontrar en otras obras.

Las actuaciones emocionan. Te vas medio con una mezcla entre dolor, sensación de valentía, fortaleza y renacer. ¿Somos lxs mismxs cuando salimos del teatro?

Carla Bleiz

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